Había una vez dos hermanas gemelas idénticas, Alison y Courtney. Ellas eran iguales en todos los sentidos: Ambas tenían cabello largo y rubio, unos grandes, limpios y redondos ojos azules, rostros en forma de corazón y sonrisas ganadoras que podían derretir almas. Cuando tenían seis montaron sus bicicletas violetas y rodaron calle abajo por la entrada de la familia en Stamford, Connecticut, cantando “Frère Jacques” en una vuelta. Cuando tenían siete se subieron al gran tobogán para niños juntas y se tomaron de las manos durante todo el recorrido. Incluso cuando sus padres les dieron a cada una su propia habitación con camas de princesas con dosel, las encontraban dormidas en el mismo colchón individual con sus cuerpos entrelazados. Todos decían que ellas compartían esa indescriptible conexión de gemelas. Hicieron la promesa de que serían mejores amigas por siempre.
Pero las promesas se rompen todos los días.
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